La historia completa del LA LA LA y sus vicisitudes
(Extraída del libro de Ramón Arcusa ‘Soy un truhan, soy un señor (o casi))
«… Pero a lo que iba. Nos habían contratado una vez más a Manolo y a mí para actuar en la discoteca Auria de Orense, invierno del 67. Todo bien, salvo que, el día después de la actuación, cayó una nevada tal que hacía imposible pensar en el viaje de vuelta a Madrid por carretera. Por lo tanto, nos quedamos un día más en el Hotel del Parque, donde pasábamos el rato en el bar jugando al rummy con los músicos, nuestro juego preferido de cartas en los momentos de ocio. Mientras estábamos en ello, Manolo silbaba algo que me gustó y que traté de retener con notas en mi memoria: ‘mi…fa-sol-sol…/fa-mi-re…mi-fa-fa…/do-re-mi-mi…re-re-do…si…’ Acabada la partida, le sugerí: «¿Por qué no vamos al camerino de la sala y ensayamos un poco?». Teníamos la guitarra aún en Auria y allá fuimos. Empecé a recordar las notas que había silbado Manolo y esbocé unas armonías que me parecían interesantes: «Manolo, prueba esto». Él no se acordaba, pero sí lo hizo cuando lo intentamos. Y sonaba bien. Ese día acabamos la melodía del estribillo de la que iba a ser la ganadora de Eurovisión en la siguiente primavera.
Aprovechando una actuación del Dúo en la sala 1400 (en la Avenida de Sarriá en Barcelona), Lasso viene con Joan Manuel a vernos y les cantamos nuestro tema en el camerino. A Serrat le gusta y acepta el reto: hará la letra. Nos parece estupendo y solo le recordamos que queremos que el estribillo se quede como está, con los la, la, las, sin texto, para que sea universal, cosa que acepta; la Europa de las mil lenguas podrá cantarla sin problemas. Sin embargo, se acerca el último día de plazo para presentarla al concurse de TVE y no ha llegado la letra del Nano. Manolo improvisa esa noche una que pensamos provisional, ya que, si sale elegida, nadie tendrá inconveniente —nosotros los primeros— en aceptar un cambio de nuestra letra por otra escrita por Joan Manuel.
Grabamos una maqueta. A las ocho de la mañana estamos en TVE en persona y entregamos en plazo la cinta con la canción. Se reunía ese mismo día el grupo de expertos que iban a elegir la mejor para el festival. De entre todas las candidatas, nuestra «La, la, la» resulta elegida por unanimidad: vamos bien.
Tenemos la canción, con letra y música nuestra, pero Serrat sigue sin hacer la letra en español, como habíamos quedado, aunque, sin embargo, hace una bella versión en catalán. Sucede que él tiene dos contratos discográficos: uno para su repertorio en catalán, Edigsa, —de corte catalanista—, y otro para el castellano, con una discográfica domiciliada en Madrid, Zafiro. Con el tiempo justo, vamos todos a Italia, a Milán, y se graban allí las dos versiones. El arreglo lo ha hecho Bert Kaempfert, autor de «Strangers in the Night» —la canción de Frank Sinatra—, gracias a la gestión de su amigo Arthur Kaps, que es el que lleva el asunto de Eurovisión en TVE: seguimos avanzando.
TVE organiza con la compañía Zafiro la campaña promocional pre-Eurovisión, en virtud de la cual Joan Manuel visita varios países de Europa. Poco a poco, empieza a ser evidente que nuestra canción es una de las favoritas, si no la que más. Serrat ha hecho un buen trabajo. Y nuestra canción gusta.
Algo así como un par de semanas antes del festival, Lasso me llama y, como hacía a veces, dice que va a venir a comer a mi casa. Le gustaba la comida que hacía mi madre. Ese día, recuerdo, había escudella. Serían cerca de las tres de la tarde cuando me dice: «Pon la tele». Justo daban el telediario. El locutor de siempre —entonces, David Cubero, aquél de grandes ojeras—, abre las noticias con la renuncia de Serrat a ir a Eurovisión si no representaba a España cantando el «La, la, la» en catalán. La reacción de TVE es la esperada: rechaza la oferta, que califica de chantaje, y a causa de ello se crea un problema que se adivina bastante serio con tintes políticos. Yo me quedo de piedra, sorprendido, porque no tenía ninguna noticia de esa postura de Serrat. A Lasso, no le sorprende: él ya lo sabía.
Me pide que le acompañe al aeropuerto y así lo hago. Se va a París, donde le espera Joan Manuel en el hotel George V. Al ir a pasar la aduana me da un maletín mientras me dice sospechosamente: «Llévame esto, que será más fácil para ti pasarlo». En aquel tiempo, era todo más sencillo, y la aduana del aeropuerto de El Prat era, aunque probablemente eficiente, muy rudimentaria. Nos acercamos los dos, yo sonriendo al guardia civil de turno, quien, al reconocerme, me pide un autógrafo. A mi vez, le pido permiso para pasar a la sala de embarque, ya que únicamente voy a despedir a mi amigo y saldré enseguida. Sin problemas, paso con el maletín, que, según había intuido y supe después, contenía bastante dinero que el padre de Joan Manuel habría preparado para el caso de que algo saliera mal y no pudiera regresar a España de inmediato, que como parecía iba a suceder. Y como sucedió.
Pasar ese maletín pudo haberme costado un disgusto, ya que en 1968 era un delito bastante serio sacar efectivo de España en una cantidad importante, pero no dudé en absoluto en hacerlo si era para ayudar a un amigo.
(Curiosa versión hecha con IA)
Esta es la carta que Joan Manuel había enviado previamente a TVE en su descargo, explicando las razones que, a su juicio, justificaban su actitud de querer cantar el «La, la, la» en catalán:
Carta abierta a la opinión pública española
En el pasado mes de enero fui designado por TVE para representarla en el Festival de Eurovisión a celebrar en Londres el próximo mes de abril.
Esto fue para mí un orgullo y al mismo tiempo una responsabilidad porque sabía que en mí iban a estar puestos los ojos y parte de las pequeñas ilusiones de millones de españoles.
Fue seleccionada posteriormente la canción «La, la, la», de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, que, a pesar de todas las opiniones en su mayoría poco fundamentadas, considero muy adecuada para el tipo de festival a que se destina.
Empezó a partir de entonces una verdadera promoción de la canción y mía, naturalmente, por toda Europa, lo que me alejó del país para llevarme de ciudad en ciudad y de plató en plató.
Este alejamiento físico, unido a mi bisoñez y al exceso de trabajo, me impidió juzgar las cosas con claridad; me faltaba también el contacto diario con la gente, con el hombre de la calle que nos mira muy de lejos y nos sigue muy de cerca.
Siempre me atormentaba una preocupación, una inquietud que seguramente romperé de un golpe con esta carta.
Yo soy y sigo siendo por encima de todo, un cantante catalán y en esta lengua me he expresado para cantar durante cuatro años. Cuando se me designó para representar a TVE en Londres se me conocía solamente por mis canciones en catalán. ¿Por qué entonces no cantar en Londres en catalán, cuando ya estaba preparada la versión catalana del «La, la, la»? El argumento de la «lengua oficial» no me parece lo suficientemente válido para anular la pregunta.
Un día, no hace demasiado, volví al país. Llegué a mi casa y hablé con la gente de mi calle y me di cuenta de que esta gente, sencilla y sin retorcimientos, se preguntaba lo mismo que yo: «¿Por qué no?». Un hombre debe ser fiel a sí mismo y a la gente que le es fiel. Por estas dos razones es por lo que me permito enviar una carta al director general de Radiodifusión y Televisión rogándole comprenda mis argumentes y me autorice a cantar en Londres en catalán o que, en caso de que esto no fuera posible, acepte mi renuncia irrevocable.
Quisiera que en esta carta abierta se reflejase toda la buena voluntad que me guía al tomar esa decisión y que toda la gente de habla castellana —estoy seguro de ello— comprenderá mis motivos, como pública y reiteradamente ya lo he expresado a través de la Prensa.
Al mismo tiempo quiero darles las gracias a todos los que, desde el día en que salí por primera vez a un escenario hasta hoy, me han alentado y me han dado la mano e incluso a aquellos que me han criticado porque, al fin y al cabo, todos me han ayudado. Muchas gracias.
Joan Manuel Serrat
En una entrevista posterior, ya en 1977, con Joaquín Soler Serrano, Joan Manuel dice:
Yo creía que, en aquel momento, la cultura catalana estaba en una situación de inferioridad tan grande, estaba con unas represiones tan fuertes que yo, [pensaba] en la única oportunidad que tenía para que España supiera algo de lo que estaba pasando… era mi actitud. Mi actitud, yo la puse al servicio de que se tuviera en cuenta que, si Televisión Española funcionaba en Cataluña, en el País Vasco, en Galicia, o en Madrid o en Andalucía, cualquiera de los idiomas de estos pueblos puede ser perfectamente representativo. Fue Televisión Española quien consideró que esto no era así… ¡Cuidado! Vamos a ser claros: no solamente se aceptó mi dimisión, cosa natural, sino que los ataques a los que me vi sometido superan en mucho lo que uno podía esperar. La represión a la que me vi sometido, también. Las prohibiciones a las que me vi sometido, también. Pienso que, si ahora se hiciera un repaso de lo que en aquellos momentos publicaron los periódicos, dijeron las emisoras oficiales, etc. etc., veríamos que, sin duda alguna, como en tantas ocasiones, el castigo estuvo muy por encima del delito si es que lo hubo. Y sigo pensando que no hubo más que… dignidad.
Respetando lo que dice nuestro amigo en su carta y en su entrevista, hay alguna discordancia en relación con lo que nosotros sabíamos y vivimos. Aunque discográficamente había empezado a grabar en catalán no es cierto que hasta ese momento solo hubiera grabado en ese idioma, sino que había grabado por lo menos un single con la canción «El titiritero», que ya sonaba en la radio. Tanto es así que no sabemos si fue su compañía de discos, Zafiro, él mismo o Lasso quien introdujo la idea de que fuera a Eurovisión cantando «El titiritero» en lugar de la nuestra.
Nosotros, Manolo de la Calva y yo, siempre hemos confiado en las gentes que nos han acompañado o representado, así que estábamos absolutamente al margen de esas maniobras, que, si hubieran prosperado habrían estado fuera de la legalidad. Si TVE hace un concurso, y si de entre las canciones presentadas, gana el «La, la, la», no pueden luego cambiar la canción, mucho menos sin nuestro permiso. Pero se intentó, de eso estamos seguros. Tanto es así que, según nos contó Lasso, la cosa llegó a TVE, a Artur Kaps, y este, ante la disyuntiva que se le planteaba, y también a nuestras espaldas, buscó una solución salomónica: que fuera el arreglista —que ya tenía apalabrado—, Bert Kaemfert, quien decidiera cuál debía ser a su juicio la canción más apropiada para el festival. Este, después de escuchar las dos, eligió, lógicamente, nuestro «La, la, la». Tiene sentido si escuchamos las dos canciones hoy, incluso con la mirada de aquellos días: la nuestra era más más alegre, más festivalera, con más posibilidades de ganar, que era de lo que se trataba.
El hecho de que nos hubieran dejado al margen de lo que sucedía —ignorábamos lo que estaba pasando—, da una idea de que no todo el monte es orégano. Algo se tramó a nuestras espaldas, que nos dolió, como parte del proyecto. Pensamos que debimos ser, si no consultados, por lo menos, informados.
A raíz de lo que dice Serrat a Soler Serrano, no vamos a descubrir ahora que el régimen franquista controlaba, vigilaba y censuraba muchas cosas, entre ellas lo catalán político, pero también diré que solamente unos cuantos se autodenominaban o se sentían antifranquistas, quizá los del PSUC en la clandestinidad, porque en esos tiempos se estaba para otras cosas, y Franco premió a conocidas familias catalanas con negocios, empresas y exclusivas para comprar su silencio, cosa que consiguió. Además, en 1968 ya el régimen había abierto bastante la mano —¡las suecas podían llevar bikini en nuestras playas!— y, en absoluto, ni el idioma ni la cultura catalana estaban con tanta represión como cuenta Joan Manuel. Otra cosa es que en el ambiente concreto que él frecuentaba estuviera vivo ese deseo o sintieran de forma más sensible la sombra de la censura o lo utilizaran para presumir de un cierto victimismo o… en un plano estrictamente político, buscaran un motivo de enfrentamiento al régimen a cuenta de un tema tan líquido donde la excusa era… nuestra canción. O que no le gustara parecer que representaba internacionalmente a la TV del régimen. O también que simplemente no se sintiera cómodo con la canción, por razones que nunca sabremos.
Y es que, quiero recordar, como ya he dicho, que yo llevaba cantado canciones en catalán en la Congre y en el colegio más o menos desde el año 1948 y que el jefe que Manolo y yo teníamos en la fábrica Elizalde, a mediados de los cincuenta, ante cualquier consulta, ni levantaba la vista y mucho menos nos dirigía la palabra si no lo hacíamos en catalán. ¿Que no se permitían ni Terra Lliure ni en independentismo? pues claro; pero sí la cultura catalana o el catalán. Incluso voy a decir que, en Barcelona, era más chic, entre los amigos con ocho apellidos catalanes, hablar en castellano: era un signo de distinción que los diferenciaba de los de las provincias que, esos sí, usaban habitualmente el catalán. Hoy en Barcelona se habla natural e indistintamente el castellano o el catalán.
En cuanto a la represión a su trabajo como artista, sí que es cierto que los voceros del régimen, incluida TVE, no dejaban en buen lugar a Joan Manuel. Por ello, durante las dos semanas siguientes a su decisión, cada noche hablábamos con él por teléfono desde Madrid, él en París, contándole todo lo que se iba diciendo o publicando. Era previsible que las críticas se sucedieran durante unas semanas. Nosotros defendimos al Nano, en el sentido de que había sido su elección y le estábamos agradecidos por la promoción previa por Europa, que sin duda ayudó a conseguir ganar el festival. Cosa que a Massiel no le gustó, por cierto, porque creía que, de alguna manera, minimizábamos su actuación y triunfo.
Massiel
Rebobinamos un poco. Ya en Madrid, después de que Serrat comunique su renuncia a ir a Eurovisión si no canta en catalán, Juan José Rosón, a la sazón director de TVE, nos hace llamar a Manolo y a mí, nos comenta lo impropio, según él, de la actitud de Serrat —no conocíamos las razones del Nano más allá de lo escuchado en la tele— y nos dice de paso que estemos preparados porque es posible que se nos designe a nosotros para representar a España. Nos miramos Manolo y yo, con incredulidad, porque la vida nos daba otra oportunidad, necesaria a esas alturas de nuestra carrera que, todo hay que decirlo, había dado un bajón. Bien. No era en absoluto descabellado: éramos los autores y, además, éramos cantantes en activo. Todo parecía que se arreglaba, que cobraba sentido. Pero entró entonces en liza la compañía discográfica de Serrat en castellano, Zafiro, imponiendo que debía cantar la canción un artista de su catálogo. Su razón era que ya había invertido demasiado dinero como para que, si ganábamos, se lo llevase otra compañía por la cara.
Admiten la queja y Zafiro propone a Massiel, que está de gira en esas fechas en México. Regresa a España en el primer avión posible y nos apresuramos a grabar la canción en su tesitura. Juan Carlos Calderón nos ayuda a reconducir el arreglo a su tono y queda lista para sentencia.
Viajamos a Londres todo el equipo —con el imprescindible maestro Rafael Ibarbia— y asistimos a todos los ensayos de los demás artistas. Cada vez se van viendo más signos positivos. Hasta los músicos de la orquesta del Festival, que se va a celebrar en el Albert Hall de Londres, han hecho una porra y dan a nuestra canción como ganadora, por delante incluso de la de su paisano, el mismísimo Cliff Richard con su «Congratulations». Eso se llama flema inglesa.
Una premonición (¿O fue una profecía?)
El día anterior, se celebra un cóctel en el Royal Garden Hotel, donde se asienta la delegación española. En esas, viene a vernos un chico español que dice estar estudiando allí y, excitado, nos dice que está seguro de que vamos a ganar el festival. Y también apunta que quiere ser cantante y que muy pronto vamos a oír hablar de él. Han sido muchas las personas que se nos han acercado durante nuestra carrera, aprovechando nuestros conciertos para decirnos que eran o querían ser cantantes, y rara vez oímos hablar más de ellos. Pero en este caso se cumplieron los dos pronósticos que nos aventuraba ese muchacho. Vaya si se cumplieron: se trataba nada menos que de Julio Iglesias. Ganamos el Festival de Eurovisión, y Julio debutó ese mismo verano ganando el Festival de Benidorm con su «La vida sigue igual».
Massiel salió a cantar con gran coraje el «La, la, la» en el Albert Hall. Y ganó, y con ella ganó nuestra canción y España se cubrió de gloria por primera vez ese festival. En nuestro país la victoria fue celebrada como si hubiéramos ganado una batalla contra la Armada Inglesa. Esta vez, una revancha con la Invencible en las propias aguas del Reino Unido. Necesitábamos un subidón como país y creo que nuestro «La, la, la» contribuyó a ello.
Sí que se produjeron algunos roces entre Massiel y nosotros porque, reconociendo su mérito, no quisimos olvidar la parte que de este correspondía a quien había promocionado la canción por toda Europa, Joan Manuel. Roces ya olvidados y superados hace siglos.
De nuestro «La, La, La» se hicieron más de 60 versiones en todos los idiomas, con los mejores cantantes y las orquestas del momento, desde Frank Pourcel hasta una entrañable interpretación de la mano de Amália Rodrigues. ¡Incluso Filippo Carletti la grabó!
Ese día, en el que contribuimos a escribir una página de la música española en el mundo, nos acordamos de cuando en 1960 tuvimos que hacer el obligatorio entonces examen para ingresar como socios en SGAE, la Sociedad General de Autores (entonces a los no-músicos de carrera nos llamaban silbadores), y nos catearon, nos consideraron ‘no aptos’ no dábamos la talla para formar parte de ella. En el segundo examen ya lo conseguimos. Habíamos conseguido, el Londres y con el «La, la, la» vengarnos del pasado.
Y colorín colorado…
Al poco tiempo, y una vez que las autoridades pertinentes aseguraron a Lasso de la Vega que Serrat no tendría ningún tipo de represalias, este volvió a España y colorín colorado…
Siempre hemos respetado la decisión del Joan Manuel. Nunca sabremos la respuesta de los responsables de TVE si se hubiera propuesto en tiempo y forma lo de cantar la canción en catalán: quizá TVE lo hubiera aceptado para hacer una seña de concordia al catalanismo, aunque él aseguraba en una entrevista que lo intentó, que ya había hablado de ello con TVE.
Cuando en 2012 grabamos el álbum Somos jóvenes con nuestras mejores canciones y con la colaboración de importantes compañeros artistas, recibimos con sorpresa una llamada de Serrat diciéndonos textualmente: «Que no m’estimeu?» (¿Qué pasa, ya no me queréis?) y pidiéndonos a continuación participar en ese disco cantando con nosotros el «La, la, la». Miguel Ríos, que iba a colaborar en el álbum cantando «Quisiera ser», se lo había comentado en un encuentro en Menorca y no dudó en llamarnos. Vino una mañana al estudio y grabó su parte en catalán.
Luego nos confesó en la comida que siempre le había torturado —quizá el verbo es un pelín exagerado—, la idea de que, de alguna manera, se había bajado de un tren en marcha. El hecho es que vino a cantar con nosotros con generosidad y curamos cualquier herida que en el pasado pudiera haber quedado sin cerrar del todo».
Extraído del libro de Ramón Arcusa
‘Soy un truhan, soy un señor (o casi)